“Con aire de empeño caminante, con arrestos de esforzada andadura quijotesca, a ella marcha el recoletano como si fuera a vivir cien años o estuviera a punto de morir mañana».
Alberto Ruiz Eldredge – Promoción 1933 Abogado constitucionalista, diplomático, docente universitario, político y exdecano del Colegio de Abogados de Lima.
Más allá del tiempo, estas palabras son la viva expresión de lo que significa ser recoletano. Son el retrato del estudiante ambicioso que busca transformar su realidad al consolidar sus colosales sueños, valentías y pasiones. Quienes hemos egresado de sus aulas no tenemos la menor duda de que esa afirmación permanece intacta para la posteridad.
Semanas han transcurrido desde que evoqué aquel momento constante (tan solo fue ayer que añoré el recuerdo). Probablemente pase el tiempo y aún no entre en mis cabales al comprender que, en esa mañana decembrina, cuando el día parecía partirse en dos, entregué mi nostálgico corazón —envuelto en recuerdos diáfanos— a la institución que, durante más de diez años, fue mi segundo hogar.
La última vez que atravesé el umbral principal del colegio, creí que, al despedirme a viva voz de sus instalaciones, podría calmar aquel pensamiento intranquilo que veía desfilar ante mí los cercanos recuerdos de mi etapa escolar: cada abrazo, aprendizaje, valor y experiencia compartida con amigos y maestros, como un grato eco que aún perdura en mí. Era una sensación capaz de detener la extensa jornada, convirtiendo la lúgubre idea en la experiencia más armoniosa; esa que me envuelve cálidamente, susurrando frescos dichos al oído, como si una parte de Recoleta también se negara a soltarme… un sueño grato del que no quisiera despertar.
De esa vivencia brota una indiscutible perspectiva de lo que siento en mi interior. Sería inaceptable concebir una institución educativa como una simple construcción de ladrillo o cemento, estática en un letargo sin alma. Gracias al Santísimo, es todo lo contrario: un universo galopante hacia el mañana, una interminable mística, una historia viva repleta de alegrías constantes y un símbolo perpetuo capaz de sanar aquella alma cansada, incluso al pie de la batalla contra las adversidades de nuestra sociedad.
Carlos Ormeño y Ethel Gutiérrez, co-presidentes del CER 2024.
A razón de ello, tenemos —como recoletanos— las herramientas para afrontar, debatir y fundamentar con brillantez nuestras convicciones, a fin de llegar a ser los alfareros del mañana de nuestro Perú.
Manifiesto que mi ser, rebosante de alegría, guarda en el pecho dos colores imborrables que tiñen mi vida con el rojo y el azul inculcados desde la infancia. Los valores del tronco común —solidaridad, respeto y trascendencia— fortalecen mi identidad y me impulsan, conmovido, a andar por mi patria revelando el lema que nos hermana como hijos de una misma alma mater: Dios, Patria y Familia.
Bajo esa enseñanza, Recoleta ha forjado generaciones enteras inspiradas en el carisma de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y, de la mano con la tradición francesa, nos recuerda que el amor a Dios trasciende la oración matutina, haciéndose presente indeleblemente en nuestras acciones cotidianas. Aprendí también que el amor al Perú, eje central de la vida recoletana, no se limita al orgullo de identidad, sino que se expresa en el cuidado de lo nuestro, en la tolerancia y la comunión entre todos; visibles tanto en nuestras manifestaciones culturales como en los actos más sencillos de servicio que nos acercan al ejemplo de San Damián de Molokai.
Las profesoras Verioska y Maide acompañaron a Carlos Ormeño en dos etapas significativas de su vida escolar: en el nivel Inicial y en IB1, respectivamente.
De igual forma, la familia, fundamento de la sociedad, no se reduce a la consanguinidad: aquí, entre pasillos y patios, se revela la grandeza recoletana de la hermandad en la comunidad que se sostiene en el tiempo.
Llegado este tiempo de aniversario, evoco, jubiloso, aquellas primeras vivencias que, a la tierna edad de cinco años, comenzaron a grabarse en mi memoria al iniciar clases en el nivel Inicial, hasta mi egreso de IB1 hace unos meses. He aquí cuán cercana puede ser mi relación con la Recoleta, dado que tengo la dicha de que la fecha de mi cumpleaños coincida con la Semana del Colegio.
Al conmemorar la tradición recoletana, la memoria no se limita a revivir pasajes de antaño, sino que se convierte en impulso y esperanza hacia el mañana. Es definitivo que Recoleta no es un capítulo concluido en la vida de sus exalumnos; es como una antorcha de fuego eterno que traspasa las barreras del espacio y del tiempo, e ilumina no solo a un colegio, sino también a una familia, un destino y una misión compartida.
Carlos Ormeño estudió en el Colegio de los Sagrados Corazones Recoleta desde Inicial 4 años.
Su vasta historia no se mide en años ni en pupitres, sino en el rastro perenne de quienes, en su juventud, aprendimos en sus aulas a vivir el espíritu social, crítico y humanista que nos impulsa libremente a desarrollar nuestras habilidades y anunciar a los demás el amor inquebrantable del Creador.
Con el propósito de modificar el rumbo del país, quiera Dios que nuestro colegio siga consolidándose como una institución a la vanguardia histórica nacional, capaz de mantenerse firme ante el implacable transcurrir del tiempo, y que sus integrantes continuemos impregnando en esta tierra bendita los dotes adquiridos en nuestra casa educativa.
Que nunca se apague en sus muros aquella llama inquebrantable, cargada de fe, patriotismo, optimismo, cultura y amor al ideal, que nos distingue como recoletanos incluso más allá de sus fronteras.
Por ello, cuando el destino nos conduzca a la inmortalidad, permanezca incólume esta certeza en la humanidad: no alcanza el verbo humano para que el orbe reconozca que uno es recoletano. Será un hecho, una tradición, una epopeya gloriosa grabada en piedra que, aun a más de mil leguas de distancia, proclamará que uno nunca deja de ser recoletano.
“Alma Mater fecunda, querido colegio, te debo el privilegio de saber, de creer y triunfar”.
Extracto de la primera estrofa del Himno del Colegio dedicado a los exalumnos recoletanos con letra de Mario Herrera Gray (Prom. 1923) y música de Gregorio Caro (Prom. 1933).
Carlos Fabián Ormeño Flores Ex alumno de la Promoción 2024 Expresidente del Consejo Estudiantil Recoletano